Estación
de tren. Hora punta. La gente desplaza sus maletas con prisa. Unos
corren, otros hablan, nadie se mira. Ruidos, megafonia. Unos
llegan, otros se despiden. Besos, risas, llantos...
Justo
en medio de la estación un ser inmóvil, impávido, absorto entre las
masas. La mirada perdida, el gesto torcido, como si le
acabaran de dar una mala noticia. En cualquier momento alguien se le
acerca, le empuja y le dice: ¿que haces ahí parado imbécil?
Ni se inmuta, ni se mueve En su interior una duda le paraliza. Una duda le perturba. Una
duda vital:
"¿Cojo el tren de las ocho o el de las nueve?
Ahí me tienen señoras y señores: ese imbécil soy yo.
Yo y mis indecisiones.
Si cojo el de las ocho llego antes, pero tengo que correr.
Si cojo el de las nueve voy más tranquilo, me puedo tomar algo mejor aquí que la mierda de bocata del tren...
Nunca sabes si la decisión que vas a tomar es la correcta.
Y una vez que la tomas, piensas que tenías que haber tomado la otra.
Restaurante, casa de comidas. Todos han pedido. Sólo quedo yo. El camarero me clava la mirada: "¿Ya sabe lo que va a pedir?"
¡¡Diosssssss!!, ¿no podría pararse el mundo unos minutos?
¡¡¡No se si quiero la ensalada o la hamburguesa!!!
La ensalada me sentaría mejor para cenar, pero la hamburguesa tiene una pinta...
¿Tu que te has pedío?
“Vuelvo enseguida y me lo dice, voy trayendo las bebidas”
¡¡¡No te vayas!!! La... hambur... la Ensa... la ham...
“¡¡¡Pide ya coño!!!”
¡¡¡LamburLaensalada!!!
(Me tenía que haber pedido la hamburguesa).
¿Justo a mí me tenía que tocar ser como yo?
Este tipo de viaje, así improvisado, de la noche a la mañana, sin billete de vuelta, es más recomendable para millonarios.
¿Cómo se me ocurre a mí meterme en algo así?
Con estos antecedentes imagínenme a punto de sacar un billete con
destino a Kansas, y ya que estamos a San Francisco,
y como me pilla de paso Los Angeles, y ya que estamos Las Vegas, y
antes de volverme me paso por Nueva York, que me han dicho que se está
muy bien por allí y ya vuelvo cuando me
apetezca...
Con el billete comprado, el pasaporte renovado y la cabeza en el avión me llaman para una serie nueva de Antena Cinco, como
decía Lola Flores.
Eso no se le hace a un indeciso. Si me cuesta trabajo elegir entre la ensalada o la hamburguesa, imagínense las
veinticuatro horas que pasé...
Pues aquí me tienen, con San Francisco a mis espaldas, y un billete para mañana a la ciudad de las estrellas.
¿He hecho bien o mal? ¿He perdido la oportunidad de mi vida, o la estoy aprovechando?
Cuando tenía 17 años escribí esta frase en mi cuaderno de Latín:
“Nunca pienses que no haces lo correcto”
Yo no se si era un inconsciente o si era siete veces más maduro de lo que soy ahora.
El otro día, mientras me dirigía a Chinatown pensando que tendría que haberme ido a Haight Street, caminaba sin
rumbo, con la mirada perdida, con la misma cara del imbécil de la estación, y llegué al barrio italiano.
Mientras seguía adelante hacia el puerto, pensando que tendría que haber cogido el autobús a Sausalito, me tropecé
con esta tienda...
Creo que no dejé de sonreír en la hora y pico que pasé mirándolo todo, queriendo comprarlo todo.
Sólo
compré una cosa, una cosa que me abrió la puerta a mi próximo
espectáculo. (aunque había otra que también me gustaba mucho... me
tendría que haber comprado esa...)
Cuando
salí de la tienda satisfecho, exultante, creyendo en la magia, me
dirigía hacia el puerto y ví una torre. Estaba en lo alto de
una de estas famosas cuestas de esta ciudad.
Aunque
no estaba en mis planes (¿qué planes?), me dirigí hacía ella. A mitad
de camino pensé que ya estaba bien, que ya la había visto,
pero decidí llegar al final.
Al
llegar, un grupo de españoles me recibió con una sonrisa, y me fui con
ellos a tomar algo. Nunca me ha alegrado tanto que me pidan
una foto. Con ellos llegué al puerto. Me terminaron de alegrar el
día. Ya no estaba solo. Ya no estaba equivocado.
¿Qué era mejor, el de las ocho o el de las nueve, el viaje o la serie, Chinatown o Haight Street…?
Posiblemente ninguna. Probablemente todas.
Nunca lo sabré, porque hice mi elección.
O a lo mejor si lo sé, porque hice mi elección.
Si no dejo que me pasen las cosas, nunca me pasará nada.
Y de eso si me alegro, de que me pasen cosas.
Y no todas las cosas que me pasen van ser buenas.
Me odio, no me soporto, pero en el fondo no me caigo tan mal, porque al fin y al cabo, dejo que me pasen cosas.
No
creo que nunca solucione el tema de las indecisiones. Es más, tiene
pinta de ir a peor. Pero no me quedo en mi casa, sin saber lo que
pasaría si no lo hiciera.
Tardo, sufro, me detesto, pero tomo decisiones, y me pasan cosas.
Y algunas veces, son maravillosas.
Buenas noches. Buenos días.
P.D. La ensalada estaba asquerosa.
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